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Han pasado 100 años desde que dos jóvenes peruanos, quienes según sus propias declaraciones nunca habían actuado en ningún escenario, viajaron a Nueva York por tres meses para grabar, en la Columbia Graphophone, la extraordinaria cantidad de 172 piezas en discos de pizarra de 78 revoluciones. Este acontecimiento es excepcional por varias razones. Primero, la cantidad de los temas grabados; en segundo lugar, la variedad de géneros interpretados, y finalmente, porque este corpus constituye la memoria material, una fotografía sonora de la música de los sectores populares de la capital peruana en los albores del siglo XX.