Noticias 9 octubre, 2019

“Hay que dar de probar muchos géneros musicales a la gente a través de la educación”

El Dr. Enrique Cámara de Landa, musicólogo, catedrático de la Universidad de Valladolid y actual presidente de la Sociedad de Etnomusicología de España (SIBE), vino a la PUCP invitado por nuestra Maestría en Musicología, en el marco del Mes Internacional de la Escuela de Posgrado. Él dictó la conferencia “Estructuras sonoras andinas y sus repercusiones” y, en esta entrevista, nos habla de cómo se configuran las identidades a través de géneros o canciones.

En el nombre de su conferencia emplea el término música andina, ¿a qué se refiere? ¿Cuáles son sus principales características?
Muchos repertorios musicales utilizados en las áreas andinas de los países sudamericanos usan la escala pentatónica. También se utiliza en otros lugares, pero aquí se emplea con unos ritmos, duraciones, acentos y estructura de frases musicales particulares. Hay que ser muy cautos, porque si se le cambia un elemento puede sonar a música de los Balcanes o China.
Utilicé a propósito el término andino para contraponerlo a europeo, dos absurdos de la terminología. Tengo que decir que la etnomusicología no da respuestas claras y categóricas porque la realidad musical es muy fluida y variada. Lo que hacemos los musicólogos, en general, es tratar de entenderla, clasificarla y explicarla. Sin embargo, en cuanto la ponemos en taxonomías y análisis los músicos van más allá y nos superan. Por suerte.

¿De qué manera la música interviene en la configuración de las identidades?
Considero que la identidad se puede ver en determinados objetos sonoros: un instrumento, un género musical, una canción o un himno que impacta por sus características. La marcha nupcial de Wagner, por ejemplo, que todo el mundo conoce y cada uno lo relaciona con su propia boda o la de un amigo o familiar. ¿Qué aspecto de identidad toca? Pero también están las construcciones culturales que buscan que determinadas músicas sean propias de una identidad, como la sardana en Cataluña, que fue promovida a través de una acción concreta de política cultural, o el caso de Cantabria, que cuando se volvió comunidad autónoma hace unas décadas realizó concursos porque necesitaba su propia música.
Está también el factor tiempo, negociación o consensuación, que se refiere a cuando la gente se pone de acuerdo de manera voluntaria o involuntaria para asumir determinadas músicas. Interviene también el contexto. Por ejemplo, un migrante boliviano que nunca practicó la danza de los caporales, porque no era de esa zona, pero al irse a otro país lo hace porque muestra su bolivianidad ante otras sociedades. Asume algo que no era suyo.

Algunos estudiosos señalan que la música ha estado presente en los orígenes de todos los pueblos, ¿coincide con esta teoría?
Se ha dicho mucho que no hay pueblo sin música. Las primeras escuelas de la musicología comparada –que es como se llamaba la etnomusicología al principio– se preguntaban por el origen de la música. Tomaban un punto de vista de evolucionismo cultural. La metáfora es la pirámide; es decir, se va perfeccionando basado sobre lo anterior. El problema es a quién pones encima de todo. ¿A la música clásica europea del s. 19? ¿El romanticismo es más evolucionado que el barroco o el clasicismo? Ahora se estudian los procesos psíquicos o evolutivos humanos en la musicología cognitiva.

En los últimos tiempos hay fusiones de géneros contemporáneos con otros más tradicionales. Por ejemplo, la banda argentina Bajofondo, que combina la electrónica con el tango ¿Considera que estas fusiones ayudan a revalorizar las músicas tradicionales?
Creo que en algunos casos determinadas fusiones o renovaciones impactan sobre nuevos públicos. Podría ser que, a través de este tipo de bandas, ellos descubran el tango y les despierte la curiosidad. Personalmente, no concuerdo demasiado con imponer o estimular especialmente determinados consumos musicales. Sí creo que hay que dar de probar muchos géneros musicales a la gente a través de la educación –sobre todo a los niños– y que luego elijan lo que les gusta.
Sobre este tipo de grupos en Argentina, me parece que es un fenómeno reciente, que tiene algo de creativo, que no es una imposición y que hay que tratar de acercarse con un oído desprejuiciado. En lo personal no me gusta porque me divierte más el tango que la música disco y sus estilos generados a partir de ella. Al oírla encuentro cosas muy sutiles que suenan a tango, como un pedazo de acorde, un fragmento de melodía, un sonido de bandoneón o una palabra.

Actualmente, algunos sectores acusan a cantantes de realizar apropiación musical, por ejemplo el caso de Rosalía con el flamenco.
Como sabemos, la apropiación es un fenómeno que ha existido siempre en la música. Lo que pasa es que hay categorías que tocan la sensibilidad de la gente o se ponen de moda. Es un tema candente e interesante, sobre el que hay distintas visiones. Una de sus vertientes son los juicios por el uso de músicas tradicionales comunitarias por parte de determinadas personas. Actualmente se discute por qué las leyes de propiedad intelectual se enfocan en proteger a los autores que han declarado su obra pero no a las comunidades.
Hace unos años brindaba una conferencia en Argentina sobre el tango italiano. En un momento, alguien me dijo por qué los italianos se apropiaban de este género. Le respondí que el tango es nuestro, pero también de los finlandeses, italianos y españoles, cada uno con sus propios rasgos.